Irreligión

Cree tener la verdad quien
ha detenido la búsqueda.

Dicen que para no discutir y no meterse en problemas, nunca hay que hablar ni de política ni de religión ni de futbol.

Pero ¿cómo se puede entender al mundo y a los demás, cómo podemos avanzar como sociedad si para simplemente no discutir evadimos temas que tienen que ver con nuestra condición humana o con nuestra propia existencia? ¿Cómo podemos resolver o adoptar una postura frente a un dilema, si no lo sacamos a la luz, si no lo escudriñamos a fondo y con apertura de mente analizamos los diferentes puntos de vista, los diferentes modos de ser, de pensar, de ver y vivir la vida? ¿No es tonto guardar silencio frente a asuntos trascendentales, sólo para no incomodar o para no "moverle el tapete" a nadie? ¿Y no es más tonto aún el que alguien se moleste u ofenda porque otro simplemente piensa distinto y así lo manifiesta?

Esta semana no quise hablar de política -y como el futbol no me interesa más allá de los ánimos y pasiones que despierta- decidí entonces hablar no de religión, sino de su opuesto: la irreligión.

Y lo hago no para molestar a nadie, al contrario, porque me parece importante desactivar las animadversiones y el caldeo de ánimos que surgen cada vez que alguien se atreve a tocar temas álgidos, controvertidos o políticamente incorrectos, y porque para mí, ningún tema debe ser tabú o de discusión vetada, siempre que se aborde con respeto y con aceptación recíproca a la pluralidad de ideas, de creencias y de no creencias.

Dicho lo anterior comienzo por definir el término.

La irreligión o "no religión" es la ausencia o el rechazo de la religión, o la indiferencia hacia ella.

Entendida así, sobre todo en lo que se refiere a la indiferencia, creo que la cantidad de personas irreligiosas es mucho más grande de lo que imaginamos. Y lo es porque pocos son los que se atreven a manifestar o a admitir públicamente su irreligiosidad debido a las críticas, rechazo y exclusión social que el hacerlo acarrea. La mayoría prefiere navegar en las aguas de lo políticamente correcto y fingir una religiosidad lo suficientemente observante como para no ser considerados una amenaza a los valores de las familias o a la moral de la sociedad.

Seamos sinceros, para la sociedad general, un irreligioso es mal visto.

Y lo es primero porque la irreligiosidad engloba nociones que se apartan de los dogmas y postulados que las religiones institucionalizadas han establecido (como las del humanismo secular, del ateísmo, del agnosticismo, del deísmo, de los espirituales, pero no religiosos; de los no creyentes, de los librepensadores, de los antirreligiosos, etcétera) y, segundo, porque los religiosos más observantes se consideran a sí mismos como una especie de garantes o paladines de la moral de la sociedad.

Para darse cuenta del enorme rechazo social que un irreligioso enfrenta, y por lo que muchos prefieren callar lo que realmente piensan, basta saber que el 84.4 por ciento de la población mundial está afiliada a alguna religión.

Habrán de disculparme los creyentes, pero a pesar del abrumador porcentaje de la población que representan, sostengo mi dicho: "Mayoría no es sinónimo de sabiduría, como tampoco es sinónimo de verdad".

Y lo mismo aplica en asuntos de política (y no sé si de futbol): el que la mayoría de ciudadanos apoye un determinado partido o candidato no significa que su doctrina, honestidad, programas de gobierno y metodologías sean lo mejor para todos.

No se moleste nadie por el sacrilegio que hablar de irreligión le pueda significar a algunos. Mejor atrévanse a hablar abierta y sinceramente del tema, que mientras no afectemos o coartemos las libertades de otros, cada quien es libre de apoyar, pensar o creer en lo que quiera. Lo importante es aceptar y reconocer que la valía de una persona no radica en sus particulares creencias religiosas o afinidades políticas (o futboleras) sino en el bien que su presencia en este mundo causa a su alrededor.

En mi irreligioso caso, al final de mis días seré o el desgraciado que por incrédulo se privó de gracias divinas, o el condenado que arderá en el infierno por toda la eternidad. Ningún pronóstico sobrenatural me preocupa, además, porque si acaso existiera un ser bondadoso dueño del paraíso, su infinito amor lo hará perdonar, apiadarse de los incrédulos que algún bien hicimos en este mundo y darnos asilo político-religioso en su reino.

"Cree tener la verdad quien
ha detenido la búsqueda".

Yo