Cultura de ilegalidad

Pasan décadas, nuevas generaciones llegan y asumen posiciones de liderazgo político y social, y en materia de Estado de derecho, aplicación de la ley y cultura cívica, en México seguimos igual, y en muchos casos peor.

Hay que admitirlo, los mexicanos no tenemos cultura de legalidad. Al contrario, lo que existe es una generalizada cultura de ilegalidad, en la que todo aquél que a la hora de tomar una decisión personal o de negocios, o dirimir un conflicto, invoca la ley, es calificado como timorato, como cobarde y, más bien, como un pendejo que por tener escrúpulos, moral y ética, deja ir oportunidades de negocio y enriquecimiento fácil, o "sufre" incomodidades y pérdida de tiempo por respetar normas o esperar turnos. Los mexicanos "de a de veras" hacen lo que les viene en gana, atropellan a los demás y enfrentan con "hombría" las consecuencias.

Cada vez que me topo con alguien circulando en sentido contrario o dando una vuelta prohibida (aunque me aconsejan no hacerlo), me atrevo a reclamarle y lo que invariablemente recibo de regreso no es una disculpa o el reconocimiento de su error, sino una mentada de madre por haberme atrevido a señalar su infracción.

La cultura de ilegalidad ha llegado a niveles de cinismo extremo. Lejos de ser vergonzoso lograr algo por métodos abusivos, ilegales o corruptos, es motivo de orgullo y presunción, tanto que en lugar de ser socialmente rechazado por ello, quienes así actúan se convierten en personas admiradas o temidas.

Pocos son los que respetan las leyes y normas establecidas por convencimiento, y no por miedo o amenazas de castigo; pocos entienden que la única manera de garantizar la seguridad colectiva y proteger nuestros derechos en contra de los abusos de otras personas, de otras organizaciones y del gobierno mismo, es viviendo en un Estado de derecho pleno, en el que los ciudadanos, por un lado, respetemos las leyes y, por otro, exijamos al gobierno que las aplique y por supuesto que también las respete.

En una sociedad culturalmente ilegal o "chueca" como la nuestra, el que una determinada acción esté prohibida no es razón suficiente para no realizarla.

Las consideraciones detrás del quebranto a una norma o a una ley no tienen nada que ver con lo que éstas señalan, sino con una evaluación de riesgos y cálculos de costo-beneficio, los cuales tienen que ver con las probabilidades de que nadie se entere o las posibilidades de salir impunes en caso de ser descubiertos; con la capacidad corruptora y de influencias; y si fuese el caso, con la capacidad y disposición para el uso de la fuerza. Pero nunca entra en las consideraciones el hecho de que lo que harán es simple y sencillamente en contra de la ley.

¿Qué es lo que enseña un padre a sus hijos cuando, por ejemplo, les consiguen identificaciones o licencias de conducir falsas para mentir sobre su edad y hacer lo que la ley les impide? Lo que enseñan, y los hijos bien aprenden, es que en México todo se obtiene o soluciona con dinero e influencias (corrupción), y a falta de dinero e influencias, por medio de la fuerza, las amenazas, los chantajes o la extorsión. En otras palabras: los corruptos ricos pagan para que otros les hagan el trabajo sucio, y los corruptos pobres hacen el trabajo sucio ellos mismos.

Todos los que están acostumbrados a hacer negocios y lograr las cosas al margen de la ley, sin respetar las reglas establecidas, creen que los que no "jugamos" así, somos unos tarugos que no sabemos cómo lograr mayores beneficios.

Por supuesto que a todos se nos pueden "ocurrir" maneras para enriquecernos de manera ilícita, para cometer fraudes, para quedarnos con algo que no nos corresponde, para reducir calidades y dar "gato por liebre", etc. Pero la diferencia entre una persona decente y una "chueca" es que esas malas ideas no las hace.

Para construir una cultura de legalidad y ser respetados como individuos, necesitamos predicar con el ejemplo y entrar voluntariamente en mecanismos de autorregulación que exijan una armonía entre el respeto a la ley, las convicciones éticas y morales y las tradiciones y convenciones culturales, lo cual en ocasiones incluye el pasar como "pendejo" a la hora de decidir "no entrarle" a ciertos negocios y contubernios, y no tomar una ventaja o aprovecharse de situaciones improcedentes, y no porque no podamos hacerlo, sino porque no debemos.

"El Estado de derecho existe cuando es más redituable cumplir la ley que violarla".

Yo