Cambio de prioridades



Es inevitable. Cada fin de año deseamos para los demás y para nosotros mismos que el año venidero sea mejor que el que termina. Si el anterior por cualquier razón fue malo, obviamente queremos que el nuevo sea bueno, y si fue razonable o relativamente bueno, queremos que sea aún mejor, porque para la buena vida no tenemos llenadero, siempre queremos más.

En esta ocasión, inmersos en una pandemia que ha causado la muerte a millones de personas, y hasta hoy no sabemos cuándo podría terminar (Covid-19, Delta, Ómicron, Flurona...), creo que lo que debemos celebrar no es el inicio de un nuevo año lleno de esperanzas de salud y bienestar, sino que simple y sencillamente seguimos vivos.

Si algo bueno ha traído esta pandemia, es poner las prioridades en el orden correcto. Lo trivial, lo superfluo, las apariencias y el excesivo valor que antes dábamos a las cosas materiales han pasado a segundo término. Hasta la importancia del trabajo y la forma como lo hacemos es y seguirá siendo diferente. Todo porque de distintas maneras nos hemos dado cuenta de que mientras estemos vivos, debemos hacer lo posible para vivir lo mejor que se pueda con lo que tenemos.

Este virus, que nos espetó en la cara la vulnerabilidad de la especie humana, sirvió para reducir soberbias y hacernos conscientes de que la vida puede terminar en cualquier momento por diferentes causas. Y lo digo no para vivir con miedo a morir, sino para darnos cuenta de que la inminencia de muerte hace que las prioridades cambien, y de que muchas de las cosas que hacemos, pensamos, decimos o peleamos, no tienen la importancia que les damos.

Por lo anterior, el propósito de este nuevo año que comienza debiera ser uno solo: cambiar prioridades. Si antes cancelábamos una reunión familiar o de amigos por un compromiso de trabajo, hoy debemos posponer la reunión de trabajo por un compromiso familiar o de amigos. Si antes dedicábamos tiempo y dinero para ser admirados, hoy debemos dedicarlo para ser queridos. En otras palabras, si antes nos preocupábamos por las cosas, hoy debemos preocuparnos por las personas.

Las prioridades deben ser las de hoy, y no las de un mañana que tal vez no llegue.

Y en cuanto al trabajo, debemos modificar su filosofía y reglas, para que todos, seamos patrones o empleados, podamos "trabajar para vivir en lugar de vivir para trabajar" como ha sido hasta ahora, de manera que anteponer la vida personal y familiar al trabajo sea visto como una sensatez y no como una irresponsabilidad.

Cambiar prioridades significa, por ejemplo, que determinados eventos familiares o sociales significativos (por ejemplo cumpleaños de un familiar directo, aniversarios que marcan quinquenios...) pasen a formar parte de las "causas de fuerza mayor" con las que se justifican ciertos incumplimientos laborales o contractuales o se suspenden plazos y sanciones, y no sólo cuando se trata de enfermedades graves o eventos trágicos, frente a los cuales nos damos sin chistar todas las facilidades necesarias.

Estamos mal. ¿Por qué sólo somos flexibles, solidarios y comprensivos para atender la muerte, desgracias y malos momentos y no para atender la vida y sus momentos felices?

Algunos dirán que si mezclamos la vida laboral con la familiar se abre la puerta a los abusos. Puede ser. Siempre habrá quien invente infortunios o celebraciones para ausentarse del trabajo o retrasar compromisos, pero no por ellos se debe perjudicar la calidad de vida de todos.

El objetivo es cambiar las prioridades y poder armonizar la vida personal y familiar con la vida laboral.

Además, y así lo he comprobado en el tiempo, mientras menos sanciones y más facilidades hay en el trabajo, el compromiso personal y la responsabilidad profesional de todos aumenta.

Es mejor trabajar en ambientes amables y de confianza mutua que en ambientes hostiles en los que abundan sanciones, multas, relojes checadores, amenazas de despido y demandas de todo tipo.

Si cambiamos prioridades y nos damos todos facilidades para vivir mejor, podría ser que las cosas tarden un poco más en hacerse, o que las tasas de retorno de un negocio en alguna medida disminuyan (y no necesariamente es cierto), pero de lo que no tengo duda es de que las tensiones personales y familiares, y los conflictos laborales disminuirían, y a la postre seríamos todos menos soberbios y más felices.

"Las cosas son de calidad si hay
calidad de vida al producirlas".

Yo