Analfabetismo cívico

Los mexicanos nos encontramos viviendo ya en una sociedad en la que el valor de la vida humana y el respeto a las leyes se miden en función de análisis de costo beneficio. Si conviene violar la ley, se viola, si conviene despojar, se despoja, si conviene que alguien muera, muere.

El gobierno ha perdido su fuerza disuasiva, y no hay escrúpulo, ética o moral que frene la ambición de quienes tienen o sienten tener el poder para hacer lo que les venga en gana y salir impunes de sus atropellos.

En casi todos los ámbitos, el lenguaje utilizado y la forma de actuar para resolver diferendos y controversias es similar al de las pandillas, cuyos miembros se alían para defender a sus cómplices, desplegar fuerzas y amenazar a todo aquél que se atreve a reclamar sus derechos, inclusive por los cauces legales.

La injusticia, la violencia y el sufrimiento de los demás es cada día más "aceptable", más "normal", y poco a poco, sin darnos cuenta, hemos ido evolucionando hacia una cultura de crueldad que utiliza la ley del más fuerte como método efectivo para la obtención de riquezas y la resolución de conflictos.

La sociedad acepta y convive con personas adineradas a sabiendas que su riqueza es mal habida. La comisión de delitos, la violación de leyes y reglamentos y la corrupción son conductas tan normalizadas que han llegado a "estetizar" los beneficios que producen.

La vida de lujos y placeres que disfrutan los corruptos sin esfuerzo ni talento alguno es envidiada, tambalea principios, escrúpulos y valores éticos y lleva a muchos a cuestionarse si el camino de la ley y del trabajo honesto es el adecuado.

No es visible la superioridad de la justicia y del Estado de derecho sobre los delincuentes, en cambio es muy visible y muy tangible el triunfo de la corrupción y la prevaricación que la acompaña, sobre las víctimas, los ciudadanos decentes, estudiosos y trabajadores. Podemos decir que, en la vida real, desgraciadamente, los malos van ganando.

Seduce y se valora más un auto de lujo que un grado escolar, un despliegue de poder y fuerza, que un repliegue para acatar la ley y el orden. La jerarquización de valores está invertida.

Ganar a como dé lugar es lo único que importa. Hoy más que nunca, tanto en la sociedad civil como en la política y el gobierno, el fin justifica los medios.

La ética y el respeto a la ley es irrelevante, es de timoratos.

El diagnóstico es claro, y los únicos caminos que hay para transitar de esta cultura de crueldad, corrupción, impunidad e irresponsabilidad social, hacia una cultura de valores cívicos y humanos son el de la aplicación de la ley por un lado, y por otro, el de la educación, o más bien el de una re-educación que reclame la superioridad del valor cívico, que enfrente y modifique las costumbres públicas que producen odio, crueldad, violación de leyes y derechos y que son parte del discurso y comportamientos cotidianos.

Debemos inconformarnos con el estado moral-intelectual de la sociedad actual y actuar en consecuencia.

Padecemos un analfabetismo cívico y ético. La educación se ha trivializado.

Vivimos y pasamos la mayor parte del tiempo en ambientes obsesionados por el dinero y las cosas, despreciando las sensibilidades y emociones del individuo y de su espíritu.

El acatamiento o desdén a las normas es directamente proporcional a los beneficios o perjuicios inmediatos que producen.

Las nuevas generaciones no se preocupan por el futuro, ni el personal y mucho menos el colectivo, y frente a ello las viejas generaciones hemos claudicado.

El honor, la palabra, el respeto y la decencia que una vez nos guiaron y ponían límites quedaron en el olvido.

Enseñamos muchas cosas a los hijos y a los alumnos, pero pocas de ellas tienen que ver con la manera en que se van a comportar fuera de la casa o fuera del aula. La educación escolar y familiar elude cuestiones fundamentales de la existencia y de la convivencia armónica.

De no re-educarnos y educar a las nuevas generaciones para que todos como sociedad adoptemos una nueva cultura cívico-ética, terminaremos por destruir todas las relaciones sociales y familiares, y todas las instituciones que hacen posible la democracia. El tiempo para ello se acaba.

"Educación es la capacidad que tenemos para prever las consecuencias de nuestros actos".
Yo