Desagravio histórico

 

La semana pasada propuse en este mismo espacio no hablar todos los días de lo que López Obrador hace, dice o propone, lo cual debo confesar es difícil por las constantes declaraciones y ocurrencias que surgen, como la de llamar "porra fifí" a quienes lo abuchearon durante la inauguración de un estadio de beisbol, o la de haberle enviado una carta al Rey de España y al Papa Francisco para que pidan perdón a los pueblos originarios mexicanos por los agravios cometidos durante el periodo histórico conocido como la Conquista, cuando además ya hubo un tratado definitivo de paz y amistad entre México y España, el cual forma parte del Archivo Histórico Diplomático Mexicano (Tratado Santa María-Calatrava) y cuyo Artículo 2 comienza diciendo: "Habrá total olvido de lo pasado y una amnistía general y completa para todos los mexicanos y españoles, sin excepción alguna...".

Este tratado firmado en 1836 dio fin a tres siglos de dominio español sobre México.

Aclarado lo anterior, de lo que hablaré hoy es de la lección que deja esta inútil y caduca solicitud de desagravio, y que tiene que ver con la utilidad práctica de pedir u otorgar perdones.

¿De qué sirve, qué cambia, en qué nos beneficia recibir una disculpa por algo que ocurrió hace más de 500 años? ¿Hará sentir mejor a los pueblos indígenas actuales cuyas condiciones de vida dependen del Gobierno mexicano y no del Gobierno español o de la Iglesia? No lo creo.

No sé cuál sea el número de años o de generaciones que deben pasar para darle vuelta a las páginas negras de la historia; no sé si un agravio debe perdonarse (que no es lo mismo que olvidarse) pasado un año, una década o un siglo, o si la victimización debe permanecer siempre y transmitirse a los nietos, biznietos, tataranietos o choznos, pero de lo que estoy seguro es que sólo quien tenga ganas de buscar problemas donde no los hay hace un reclamo por algo que ocurrió hace 500 años. Si nos ponemos todos a reclamar agravios históricos, pasaríamos la vida entera ofreciendo y recibiendo disculpas los unos a los otros.

En la práctica, pedir perdón no arregla nada. Si acaso sirve para algo es para satisfacer orgullos o reacomodar las emociones y los sentimientos que los agravios perturban.

Lo que sí arregla las cosas y es lo que debe acompañar siempre al ofrecimiento de disculpas es la reparación del daño cuando éste es posible. ¿De qué sirve, por ejemplo, que alguien pida perdón por haberse robado una cartera si no la devuelve? 

Obviamente en el caso del Gobierno español y de la Iglesia católica reparar el daño causado a los pueblos originarios de México hace 500 años es algo más que imposible. ¿Acaso alguien espera que los españoles devuelvan a los pueblos indígenas el oro que se llevaron y éstos les regresen los espejitos que recibieron a cambio? ¿Acaso la Iglesia católica reconstruirá los templos indígenas, demolerá las iglesias construidas sobre ellos y regresará a los pueblos sus antiguas creencias religiosas?

Obviamente no.

Lo importante detrás del caso de los agravios de la época de la Conquista no son las disculpas que se pudieran o no recibirse hoy, cinco siglos después, sino lo que el Gobierno actual de México hará para mejorar la calidad de vida de todos los mexicanos, independientemente si su origen es indígena o fifí, tal y como respondió el Rey de España al Gobierno mexicano: "... si los indígenas sufren en el México actual no es por el recuerdo de la 'Conquista', sino por la indiferencia del Gobierno mexicano desde su creación hasta la actualidad".

No nos distraigamos. Pongamos más atención a lo que el Gobierno pretende hacer para no seguir indiferente a las situaciones de pobreza en México y que no son exclusivas de los pueblos indígenas, y ayudemos a que tenga éxito.

Una manera de ayudar es señalando los aciertos y los errores de las iniciativas del Gobierno, para que basados en el conocimiento y la experiencia colectiva y en el Estado de derecho, hagamos ver todo aquello que impida lograr el más importante objetivo que la nueva Administración pregona: atender y mejorar las condiciones de vida de los que menos tienen.

No habrá mejor desagravio para todos los mexicanos pobres, de cualquier origen, creencia o afinidad política, que la mejora real de su calidad de vida y ninguna disculpa española o vaticana pondrá pan en sus mesas.

"Para perdonar no es necesario
que nos pidan perdón".

Yo