Las palabras importan
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Usar las palabras correctas para no ser calificado de racista, discriminador, homofóbico u acosador sexual se ha vuelto complicado.Ciertas palabras traen una fuerte carga histórica atrás de ellas, y a pesar de que quien las usa no tiene la intención de ofender o discriminar, ya no es así de fácil utilizarlas para referirnos a personas diferentes a nosotros, por lo que hemos tenido que cambiarlas por otras, que suponen respeto y tolerancia.Palabras como negro, afeminado, discapacitado, retrasado, gordo, chaparro y hasta piropos como la palabra guapa, etcétera, son términos que hoy en día pueden acarrear fuertes críticas, y en algunos países y en determinadas circunstancias hasta despidos o demandas legales por discriminación, racismo, homofobia o acoso sexual. A mí en la escuela me enseñaron que había ciertas razas humanas (los biólogos las llaman "fenotipos") y se les identificaba por colores: blanca, negra, amarilla y roja, lo cual es un decir, porque el color de la piel de la llamada "raza blanca" en realidad no es blanco, como sería el de una hoja de papel o un refrigerador, ni la negra es realmente negra, como sería el color de un automóvil negro, ni la amarilla amarilla, ni la roja roja. Pero independientemente de la imprecisión cromática de la nomenclatura racial, ahora para referirnos a una persona de la llamada "raza negra", lo política y socialmente correcto es decir afroamericano. Y lo mismo cuando nos referimos a personas que pertenecen a determinadas minorías, o que son diferentes a nosotros por la razón que fuere. Por ejemplo, antes decíamos discapacitado, ahora hay que decir persona con "capacidades diferentes"; antes decíamos viejos, hoy se dice "adultos mayores". En otras palabras, debemos resaltar los haberes, no las carencias, hablar de vasos medio llenos en lugar de vasos medio vacíos, pero eso sólo se puede hacer si reconocemos la carga discriminatoria que algunas palabras tienen. Ejemplos de ello son palabras como: negro, afeminado, judío o minusválido, que usadas en determinada forma y contexto resultan ofensivas o hieren susceptibilidades, pues inevitablemente evocan episodios de la historia en los que se ha atacado o estigmatizado a distintos grupos humanos por determinadas características o condiciones físicas o de orientación sexual, o por razones de raza o religión, como en la época de la esclavitud, la Inquisición o el Holocausto de la Segunda Guerra Mundial. El lenguaje cotidiano que usamos refleja nuestros valores, y los prejuicios contra minorías que en algún momento de la historia han sido desfavorecidas, perseguidas o proscritas. Para evitar ofender o ser calificados como racistas u homofóbicos, sólo hay que entender que nunca debemos referirnos a las personas diferentes a nosotros con calificativos que tengan que ver con sus características físicas, con sus preferencias sexuales o con su religión. Es necesario erradicar del lenguaje cotidiano expresiones que aunque sean utilizadas de forma cándida o inocente y sin la intención real de insultar o discriminar a nadie, al final ofenden y hacen sentir mal a quienes pertenecen o tienen relación cercana y afectiva con determinadas etnias, grupos sociales o religiosos diferentes a los de la mayoría dominante. Me refiero a expresiones como: "Trabajar como negro", "Cena de negros", "Se fue como las chachas", "No seas indio", "No seas maricón", "Es una gata", "Te salió lo judío", "Me engañaron como a un chino", "El nopal en la cara", etcétera. Es difícil eliminar las expresiones racistas, xenófobas o sexistas del lenguaje. La manera de lograrlo es someternos a una terapia verbal que nos haga conscientes de la carga cultural negativa que ciertas palabras acarrean, de las ofensas que su utilización insensible es capaz de provocar, pero más que todo el que al hablar no demos concesiones a la intolerancia. El lenguaje evolucionará en la medida que aumente nuestra madurez cívica y la sensibilidad hacia la discriminación. Las palabras son importantes. "Solo discrimina quien nunca ha sentido lo que es ser discriminado". Yo