La independencia es un mito
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La reciente declaración de "independencia" de Cataluña me parece la peor de las tonterías. Sólo encuentra explicación en las ambiciones económicas y de poder de grupos políticos que explotan sentimientos nacionalistas de ciudadanos miopes que no alcanzan a ver las consecuencias de sus decisiones.

Ya no hay naciones realmente independientes. La independencia es un mito. Y lo es, porque hoy más que nunca dependemos todos de todos.

Pugnar por la "independencia" de una región, por la autosuficiencia y cualquier otra forma de negación del mundo globalizado e interdependiente en el que hoy vivimos es sólo una idea romántica y excluyente, un placebo emocional al que nos aferramos cuando queremos sentir y demostrar pertenencia, unidad, superioridad o identidad propia, como ocurre en las competencias deportivas internacionales y en los festejos o tragedias nacionales.

Aclaremos: ser independiente significa no tener dependencia, no depender de otro. Así que díganme los proteccionistas y nacionalistas a ultranza; dígame los Puigdemont, los Trump, los Maduros, los Lópezobradoristas del mundo, ¿qué país, región, empresa, familia o persona no depende de nadie ni de nada?

Hoy en día, todos sin excepción dependemos de algo o de alguien. Nadie puede subsistir sin la proveeduría o participación de otro.

En un mundo habitado por más de 7 mil millones de personas, los alimentos, la energía, el transporte, las comunicaciones, las materias primas, las tecnologías, las fábricas y procesos industriales y hasta la diversión y el entretenimiento sólo son posibles con concurrencias globales, lo que significa interdependencia. La independencia como tal no existe, sólo hay mayores o menores grados de dependencia.

Si según Puigdemont y sus seguidores conviene ser independiente, ¿por qué entonces los catalanes han comenzado a sufrir ya las consecuencias negativas de su proclama en lugar de algunos de los supuestos beneficios? Y ni hablar de las secuelas adicionales que les esperan en el improbable caso que llegaran a consumar su "independencia", como la salida inmediata de la Unión Europea y del paraguas del Euro, perder acceso a créditos, nuevos aranceles, desempleo, más impuestos, etcétera.

La respuesta a la pregunta es una: ningún país es una "isla". Y aunque algunos así se quieran ver, aunque veten migraciones y construyan muros, todos dependemos de todos. Lo que un país hace o deja de hacer afecta al resto, y no sólo en materia económica, industrial, científica o tecnológica, sino hasta en los comportamientos sociales, culturales y religiosos, los puntos de vista de unos afectan a otros. La independencia, repito, es un mito.

Las fronteras son cada día más borrosas, teóricas o imaginarias. Poner barreras al conocimiento, al comercio, a la necesidad de materias primas, alimentos, medicinas y tecnologías que se producen y venden en diferentes partes del mundo a la larga es un suicidio económico, social y político.

El nacionalismo a ultranza es una estupidez. Mientras unos líderes políticos siguen mostrándose reticentes a la globalización económica y cultural, el nihilismo, ese movimiento que no se inclina ante ninguna autoridad, que no acepta ningún principio como artículo de fe, abarca ya el mundo entero.

El futuro colectivo no está en el aislacionismo. Por ello es necesario admitir que, pese a todos los desacuerdos fundamentales que podamos tener, nuestra supervivencia depende de nuestras convergencias y no de nuestras diferencias, depende de la cooperación mutua y de la solidaridad para resolver los retos y aflicciones comunes.

Todos dependemos de todos. Muchas de las curas a nuestros males y soluciones a nuestros problemas se encuentran en otras partes. Nosotros proveemos unas y otros nos proveen de otras.

Nadie tiene y sabe todo. Ningún credo o antepasado es más noble que otros. Nos guste o no, todos somos iguales e interdependientes, y no tiene ningún sentido creer en el mito de la independencia cuando sabemos que sin el otro, sin el vecino, sin el diferente lo único que pasará es que moriremos más pronto.

"El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad". Albert Einstein